Moro, Candil, Cántaro - Carmen Izquierdo

Moro

Aunque ha pasado mucho tiempo, hoy dedicaré estas líneas a mi abuelo 
Cántaro
materno, al único que conocí y que ocupó un lugar importante en mi vida de niña y adolescente.

Viudo desde muy joven y con tres niños, su vida no debió ser fácil. Era una persona especial, con unas convicciones muy arraigadas, como no poner sulfato ni abonos a la cosecha, o ir a buscar el agua para beber a un manantial lejos del pueblo, con el caballo que tenía, para los animales y la casa, mi madre o yo, le llevábamos con un cántaro de la fuente de la Plaza. Nunca quiso perder su autonomía para vivir con los hijos.

 Por entonces, en el pueblo ya había luz eléctrica, pero él seguía teniendo un candil para alumbrarse, y en la chimenea además del fuego donde hacía  la comida en las trébedes, tenía un  utensilio llamado moro (del que no he encontrado referencias en Google), donde ponía astillas resinosas de pino encendidas,  que hacían  mucho humo, pero iluminaban muy bien la cocina. Me encantaba visitarle cada día y charlar con él, escuchando historias, curiosidades, desprendía sabiduría y cariño, por su cocina corrían los conejos, y hasta una cabra. Para mí era una aventura.

Cuando le decía: ¡Hasta mañana abuelo! Siempre cogía el candil para subir al primer piso a buscar una  manzana, higos o nueces, que después he pensado que él no comía para dármelos a mí.

Con mirada de Dona recuerdo sus palabras en defensa de las mujeres, encargadas de cuidar a los mayores  o enfermos de la familia, poniendo en valor sus muchas obligaciones, en una época difícil por la falta de medios. Creo que pensaba adelantado a su tiempo.

Carmen Izquierdo

Candil

Comentarios