El Carnaval que yo viví de niña y adolescente, no era de disfraces, eran dos días de verdaderas batallas de tirarnos harina unos a otros, empezando en la Plaza y corriendo por las calles del pueblo chicas y chicos con la intención de evitar, lo más posible que te tirasen en la cara o en los ojos ( A pesar de la escasez, esos días, mis padres eran más permisivos cuando volvía a casa para llenar otra vez los bolsillos de harina) En aquéllos momentos me divertía de correr por las calles y volver a casa echa un “cromo”. Era divertido esconderse en las casas, ya que todas las puertas estaban abiertas.
Según explicaban los mayores, por Carnaval se disfrazaban los dos días: Una elegante, y la otra con ropas viejas, se reunían los amigos en las casas representando parodias que hacían ésas fechas diferentes y divertidas.
Poco a poco cayó en desuso la Fiesta de Carnaval que yo recuerdo, ahora hace un tiempo que se ha recuperado la tradición de la” guerra de la harina” y disfrazarse, sobre todo tirar harina al que se atreve a salir a la calle sin disfraz.
Personalmente no he sido aficionada a los disfraces, a mi madre le encantaban no hacía falta que fuese Carnaval, en cualquier reunión familiar se ponía unos calzones, una sábana, un sombrero, o una careta y la liaba!!! Me contaba historias a veces inquietantes, de cuando en su juventud sí, se permitían los disfraces en los días de Carnaval, y muchas veces era difícil reconocer a los disfrazados.
En la Comunidad Valenciana durante la Segunda República Española, ya hay indicios de la celebración espontánea del Carnaval, pasando a partir de 1939 a ser una fiesta prohibida.
Carmen Izquierdo
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