Mis únicos recuerdos de Carnaval se limitan a que, un poco antes de Semana Santa, mi abuela nos llevaba a mis hermanas y a mí a Pedralbes, a enterrar la sardina, que llevábamos cada una vestida con una faldita y colgada en una caña. No había fiesta y enseguida llegaban el miércoles de ceniza y los ritos católicos, con sus misas y sus penitencias.
Cuando mis hijas iban al colegio empezaron las celebraciones, con los disfraces y las rúas, aunque yo nunca he participado en ninguna.
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